Aquí es menja de debó, i ni McPollos, ni MacGaitas. On si foti els calçots, i com siguin de Valls, aquí el país es paralitza de gust.
Un parell d'historietes en adinsen en aquesta festa culinaria tant nostra, com els castells, o la sardana. ¡Treieu la senyera i la barretina i fem lu ple!
Endavant.
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INDICE "MÁS ALLÁ de AQUÍ" |
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COMIENDO, ENGORDAMOS A GUSTO... |
LA GRAN CALÇOTADA |
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LA POST-CALÇOTAE |
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... OTRAS HISTORIAS RECOMENDABLES |
THINK LIKE GIRL |
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THINKING FEMENÍ |
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FEMIFASINAITON |
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... AND SOON, MORE and MORE |
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Los calçots son cebollas. Así de claro.
Nada de ajos. Son Cebollas.
Cuando el enero fenece por esas fechas que marca el calendario, en las comarcas tarraconenses, se esparce como una mancha de aceite, lo que se conocen como las calçotadas: encuentros gastronómicos en parcelas ilegales de gente que no suele tener ni puta idea de cocinar (tíos), pero que puntualmente, les sale la chulería y tienen bemoles para proceder a concatenar un futimé de acciones.
Estas se concretan en: pillar leñita del bosque o robarla directamente al sufrido vecino, apilarla cerca de la casa del vecino (barbacoa al cantu), encenderla, generar una humareda brutal, encasquetar encima del fuego una parrilla gigantesca de hierro forjado que, casualmente, habrán sustraido también al vecinito, y colocarle encima una ristra inacabable de cebollas largas como pepinos, con denominación de origen de la huerta del vecino, para esperar pacientemente al albor del calor y del fuego, a que se calcinen, y se pongan en solfa para ser zampadas por los comensales, ahí reunidos. Así de simple.
Antaño, esta costumbre gastrocebollosa solía alargarse dos meses (febrero-marzo), aunque en la actualidad, se ven Calçotades en cualquier fecha del año, gracias a la magia tecnológica de la congelación y descongelación. ¡¡Viva las cámaras frigoríficas!!
Los comensales serán, a parte de los hacedores del acto incinerador de alimentos, sus múltiples familias, los amiguetes de diferente pelaje, y sobretodo, gente adherida al evento, que no conoces de nada, o quizá de otra calçotada del año anterior y que jamás volvieron a cruzarse en tu camino.
Como guindilla a la heterogénica calçotada están “los terremoto”: cientos de churumbeles, que por cierto, no son tuyos, que darán el coñazo toda la jornada, convirtiendo tu aura, la zona de privacidad alrededor de tu piel, en un Fort West constantemente amenazada por esos indios que no paran de joder con la pelotita, las piedrecitas o la esparcida de juguetes de Toy Sarás por allende tú camines. ¡¡¡CABRONES!!!
Los calçots una vez ennegrecidos, y aún calentitos, son empaquetados en papeles de diario (para eso se compra la prensa durante todo el año). Se pretende a tal fin y efesto, conservar toda la esencia y aroma del cebollón achicharrau.
Cuando la carne está a puntito, y la salsita está en la mesa con el resto de manjares que para el caso se dispongan, los calçots se ponen a disposición del público famélico, desenrollándolos encima de las mesas de madera (también cubiertas de diarios) sostenidas por los clásicos e inestables caballetes metálicos del Legua Merlán. De resultas de estas operaciones, muchos calçots, te los comes con la letra impresa adherida a su piel. O sea, que a parte de calçots, comes cultura por un tubo. Precioso. Y ahí empieza el espectáculo.
El procedimiento para ejecutar la comilona, tiene algo de erotismo, de sexualidad nada sutil, que se masca enseguida en el ambiente a las primeras de cambio. Que nadie se moleste, pero la cosa va así:
Los calçots se pillan con los dedos, a pelo, “se pelan” con un ris-ras certero protagonizado con la mano liberada y con un movimiento preciso. Luego se “huntan” en la salsita picante, y sin correrse, te los metes dentro de la boca, y ¡ñaka! Mordiscazo. Y garganta profunda pabajo. Y así, hasta que no quede ni uno o hasta reventar, que es el propósito último de los kamikazes de este festival culinario tan particular.
Dixan, Pel-lán y otras marcas quitamanchas patrocinan estos eventos desde tiempos abolengos. Y es que los caretos quedan pringados, las manos negras de carbonero de la mina (ojito, porque jugar a pringar a otros comensales, está bien vistos en estas reuniones), y no hay tipa, ni tipo que haya asistido a una calçotada que no acabe con la vestimenta para darla a Cáritas o una Oenegé. Por eso, la gente va siempre en chándal a las calçotadas. El chándal lo encaja todo. ¡Hasta silve pa hacel depolte!
Teniendo en cuenta este feliz panorama que tanto nos gusta crear a una gran parte de la sociedad catalana, hay ciertos datos, ocultos, de los que nadie informa a los comedores de estos tubérculos filamentosos y que aquí vamos a dar cancha. Les daremos watios de luz.
Y es que tragar estos productos, acompañados de todo tipo de carne grasienta a la brasa, y condimentados con las salsas de la yayas que no pudieron venir (alguien se las olvidó en casa o en la residencia, de la que las sacaron sólo para que prepararan el mejunje salsero en casa de la nuera), tiene su miga.
Los efectos secundarios de las calçotadas, son altamente nocivos y residuales. Veamos.
En concreto, la primera reacción que provoca en tu organismo la comilona de calçots se manifiesta cuasi de ipsofacto. Nada más acabar la comida empiezan a aporrear a la puerta de tu boca una pluralidad de eruptitos que irás emanando repetitivamente a lo largo y ancho de una “larga, larguísima” tarde. Si es domingo, de una larga tarde de fúmbol, purito y Soberano, claro.
Durante la misma, gracias a la partidita estilo ping-pong que entablarás contigo mismo, tu estómago y tu boca, podrás ir degustando (y tus convecinos también), una y otra vez, el olor penetrante y progresivamente putrefaciente de tus calçots, incinerados en jugos gástricos, todo ello al compás, de una digestión que te parecerá interminable por lo pausada, lenta y pesada.
El aroma general de la estancia que ocupes sufrirá los primeros efectos de este constante dejavú de la comida. Si encima, esta fase de tu digestión la pasas con otros coleguis que también se han fotido la calçotada, pues es como una orgía post-calçotera en toda regla: ande tú das (rot), ellos te responden (rot), y la tarde transita en un ambientazo de degustaciones continuadas de la calçotada selebrada. Al final te das cuenta que te sale barata la comida. Dura un webo...
Si eres de los que te gusta tener la boca limpita, y no tienes a mano un cepillo de dientes de “bolsillo”, y por un casual, has comido en la masia del tío del primo de un coleguita, lo tienes claro, neng. ¡Arderás en el infierno!
Tu boca permanecerá pastosa, empalagosa y poco a poco, se trasmutará silenciosamente, hasta que a media tarde, te parecerá un horno infernal.
¡Boca Luciférica! Lo cual raya en lo inaceptable para un podenko como tú. No hay manera de apagar la sed. ¡Y no estás en el puto Sáhara!
Ni intubándote a un barril de 100 litros de agua, lograrás aplacar ese ardor infecto. A pesar de ello, te agenciarás una botella de litro y medio de agua, de la que empezarás vertiéndola educadamente en un vasito, para acabar bebiendo a morro, a lo kazurro, y empujando y defendiéndote de quienes quieran arrebatártelo, que serán muchos por entonces. ¡Menudos son los calçotaires post-calçotae!
Tranquilo. Por mucho que tragues, no te servirá de nada.
Eso sí. No te librarás de que tu mujer te mire con extraña sorpresa y murmure mal de ti. Soltará lindezas que preferirás obviar al respecto de que hacía meses que no tomabas de ese producto licuoso y traslúcido (desde la última calçotada, allá por el otro año). Y eso a pesar de tu galopante colesterol “malo” y de las reiteradas prescripciones médica de que dejaras el vinacho por el H2O como salvoconducto hacia una vida más larga en un asilo. Tuvo que venir la calçotada para que cambiaras. ¡Manda Webs!
El olor a fumarada es otro de los efectos colaterales de la Calçotae. Cuando llegues a casa, y antes de entrar, no lo dudes: despelótate, apelotona el ropaje y lánzalo directamente al contenedor. ¡MENUDO TUFO NENG!
Otro detallito. El tacto con los calçots y las salsitas de acompañamiento, junto con el degustar de carne “con las manos”, hará que toda la tarde tengas la sensación de ser una MÁQUINA de generar GRASA. Supurarás aceite grasoso lo que queda de jornada.
Es una sensación no sólo desagradable. ¡Encima la generas tú mismo! No puedes cagarte en “Pepita la Sebosa”. ¡Noooo! Eres tú, ¡mantequilla!
Tus manos son la principal fuente generadora de grasa lubricante de tu cuerpo.
Lo notas, y acudes al lavabo. Te las limpias, te las frotas, te peleas con el jaboncito de la pica y derrochas cantidades antiecológicas de agua tratando de aclararte. Sales del váter y a los cinco minutos, vuelves a estar totalmente pringoso. Aceitoso. Lubricoso. Vuelves a repetir el proceso limpiador tres o cuatro veces más. ¡Que no farte de ná! y finalmente te das de bruces con la puta realidad. Tu cuerpo es seboso. Eres una Machine “Generu-Grasa”. Eres un “tres en uno” pringoso.
Y Recuerda: no podrás zafrarte de esta sensibilidad angustiante, angustionante hasta pol lo menos,... ¡el día siguiente!.
Si tienes algo en casa que chirria, que hace siglos que cruje, pos aprovechas “carpe diem”, le metes tus manos untosas y lo lubricas. Pim, pam ¡Manos de santo, neng!
Y la guinda llegará al anochecer. La noche también será longeva y durita, puesto que a la caida del sol, no hay cuerpo que se resista, y empiezas a zumbarte unos kueskazos de cuidadito. Si la kueskada empieza antes de quedarte seco en la piltra, es cuasi seguro que optes (o te haga optar la parienta) por la evacuación en el váter. ¡Y ojo la napia!, que vas a soltar material pudent, pudent.
Si por un casual eres funcionario, y perro perrako, no te levantará ni kristo de la cama. Te parapetarás y que dios reparta suerte. Siempre y cuando sobreviváis, tú y tu pareja, más vale que a la mañana siguiente os vayáis kaskando una ducha porque a atufados, lo que es atufados, no os igualará ni una manada de mofetas.
Además, no desaproveches tu venita escatológica y si “CABRONCETE” es tu segundo apellido, no descartes ejecutar ese pensamiento que te ronda la cabeza: estando con la parienta en la cama, tras soltarte uno de esos kueskos-calçoteros de aupa, deja que éste se aposente y ocupe el interior de las sábanas. Agarra con fuerza las sábanas. Mira a la parienta. Si está despierta, mirando la tele a tu lado, no le digas nada. Deja que el aroma asesino ocupe todo el espacio interior. Ella, aún no se habrá dado cuenta. Mira pa la tele. Deja que el descojón se filtre por tu boquita, chirriando un poquito, y cuando ella se gire, para preguntarte sorprendida:
- ¿Qué te pasa, cariño?
Sin mediar palabra, deja de respirar, agarras las sábanas y haz la ola con todas tus fuerzas. El impulso enérgico llevará todo el kueskazo hasta los pies de la cama, rebotará y saldrá impulsada a toda hostia parriba, explotando como una bomba fétida en las pituitarias de tu parienta.
¡La dejas seca seguro!
Y tú... ¡partido de la risa!. Ja, ja.
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El efecto más espectacular de la calçotada se manifiesta al arribar al hogar dulce hogar.
Llegas a casa. Con tu parienta. Le permites, con absoluta corrección, que tu damisela, compañera y esposa, vaya al lavabo primero (ya que no habrá ido en toda la jornada). Oirás una cascada líquida. Está meando. Déjala. A continuación más sonido de agua. Es la cisterna. Ha tirado la cadena. Bien. Si es camionera, oirás como expectora y suelta un gargall de cojones. Bien. Más limpitas las tuberías. Nuevamente agua cayendo, y presentirás que se está limpiando el careto, las manos, los sobacos y... ¡quién sabe!. Quizá esté cebollona y algo juguetona. Se te pasa por la cabeza que quizá hoy puedas mojar. Meterla en caliente y tal. No es mala idea, piensas. Y mientras te vas recreando en las burradas sexuales que le harías a tu jamba, se abre la puerta. Aparece la parienta. Careto desencajado. Ojeras. Pelo áspero, con cenizas. No vas a mojar. Seguro. ¡Mierda! En fin, le dedicas una sonrisa forzada. Te agarra. La agarras y os pegáis el lote. En ese instante, os traspasáis como si fuera un partidazo oficial de calçots de Valls, los sabores de la cebolla en proceso de digestión. ¡Un gustazo de cuidadito! Separas los labios. Ella abre los ojos. Tú nunca los cerraste, y por supuesto nadie te quitó la opción de arquear las cejas, ni de poner un careto de sorpresa mayúscula al sentir el traspaso de los aromas de calçot con salsa del beso de tu jamba. Estupefacciado todavía, la apartas, y te diriges al lavabo. Cierras la puerta. Te miras al espejo, y te ves con los mofletes rojos. Has bebido. Tú sí que estás cebollón. Sonríes. Te miras el paquete. Está tieso, empujando la cremallera. Te vuelves a mirar en el espejo. Te kaskas un kuesko-explosión. Se te sale un descojón. Ja, ja, ji, ji. Encaras el Water. Está la tapa bajada. Siempre tiene que estar bajada. Son órdenes de la parienta. Te descojonas un poco más. Te inclinas, y se te sale otro kuesko. Ji, ji, ja, ja. Levantas la tapa. Te pillas la bragueta. La bajas. Te vuelves a mirar en el espejo. Estás manchado de negro. Es ceniza esparcida por la mejilla. ¡Hijoputa del sobrino! Te la sacas. Te la miras. ¡Joder que tranka, neng! Ahí está. Sientes que tienes ganas de soltar la micción. Cierras los ojos. Apoyas la mano en la pared. La embadurnas con tus huellas. Te concentras. Pero en ese instante de tanteo manual, un aroma empieza a llegar a la comisura de tu napia. Abres los ojos y te despegas de la pared de enfrente. “Joder, qué raro”, te dices. Husmeas con la nariz. Hoy no has fumado y tienes las pituitarias de puta madre. Husmeas pa confirmar, y confirmas. “Joderrr, con la parienta”. Y entonces adquieres consciencia de lo que supone una Calçota en toda su envergadura. “Joder, el meau de la nena ...¡huele a Cebollaaaaaa!”. La leche. Tiras de la cadena. Dos veces. No te lo puedes creer. Sigue oliendo un pelín. Poderosamente. Estás por retirar el miembro del partido. Pero...¡QUÉ COÑO! Te tapas la napia y aguantas. Empiezas a respirar por la boca. Te quedas. Ya llega, ya llega. Y raka. Empieza a brollar. Largo y tendido. Las cataratas del Niágara. Vuelves a cerrar los ojos. Oyes a la parienta fuera diciendo no sé qué. Abres los ojos. Te seudogiras. Meas fuera de la taza. ¡Mierda! La puerta cerrada. Siempre te habla cuando no la puedes oir. ¡Cabrona! Dices un “Sí, síiii, ya salgo”. Miras los charcos del suelo. Te descojonas de la risa. Cierras los ojitos y te concentras en el chorrito y el salpicón. El final del trasvase está cerca. Las postreras gotitas están por caer. Abres los ojos y metes un suspiro de alivio. Machomen. Una mano sosteniendo la bragueta y la otra tapándote la nariz. Inviable para espolsarte la pichula. ¡Con dos cojones! Sueltas la napia, y a pesar que has estado todo ese rato aspirando por la boca, oxigenándote por esa abertura aséptica al olor, tu curiosidad es superior a tu prevención. Y ahí se descubre el pastel. Aspiras por la napia y...... ¡dios santo! ¡Tú también emanas pixum-cebolloso-Petoso! Ja, ja. Y entonces te relajas. Te espolsas un poco, y te hueles la mano. Atufa a rabo y a cebolla. Je, je. Aspiras con potencia, e inundas tus pulmones, ¡con dos cojones! Huele a cebolla, cebolla. A calçot, calçot. Todo parece mejor. Ella ya no es tan cabrona, y tú la quieres más que nunca. Abres la puerta y sin lavarte las manos, la abrazas, y la miras. Estás orgulloso. Y es que estás cambiándola. Que ella cada vez se parece menos a ella, y cada vez más a ti, es un hecho irrefutable. ¡Menudo tufarro a calçot! Lo has logrado. NO hay mujer que cambie a un hombre. Pero tú has logrado transformar a la figaflor de tu esposa en tu propia camionera. Felicidades: ¡es tu doble! Ahora ya podéis eruptar juntos, kurraskaros unos cuescos y ser muy, pero que muy felices.
Arribederchi!
Ja, ja, jaaaaa