Su heterogeneidad genera efectos colaterales. Sí señor. Es fácil de que no haya manera ni de entenderlas ni de que se entiendan entre ellas. De sus bocas nace un griterío constante y sin sentido, que retumba en la lejanía, a veces en un mismo idioma, a veces en ciento. Ese ruidako, recuerda la Torre de Babel poco antes de su derrumbe bajo la ira divina.
Meten voces a destiempo, y más pronto que tarde, se las “siente” como se medioinsultan entre ellas mentado a sus respectivos familiares, mientras desafinan un güevo y otro medio más.
No todas son así, pero... ¡encuéntreme alguna distinta!
Ahora bien, lo más insufrible es su parloteo, en plan gurú.
Ellas todo lo saben. De todo comentan. De todo el mundo tienen a bien conocer sobre sus vidas En especial, de los más escalofriantes y morbosos detalles de la frágil existencia humana, de los bajos fondos sentimentales.
Son como una especie de enciclopedias con patas robustas y a veces peludas, especializadas en prensa amarilla sobre toda la empresa y sus gentes.
Si donde curran es la Administración, entonces ese maná de sapiencia rosa, se dispara al infinito.
En su currele diario lo primero es lo primero. O sea, primero, oir, comentar y largar cizaña; luego, y a mucha distancia, limpiar, o lo que haga farta.
Supongo que es por este “don” de su sabiduría POPULAR, que las que trabajan en un mismo turno se reunen, en plan “safareig”, cada tres por cuatro. A renglón seguido, y ante el supervisor de turno, llantos de queja “mochera” de que “les farta tiempo pa haser bié su faena”.
¡La monda!
Constituido el gallinero y reunidas alrededor de “la mopa del gran poder”, todas ellas se desgarran hablando a la vez, a ver quien la cuenta más gorda.
La vanalidad de su temática llevaría al más cuerdo paciente de diván, al mundo de Jack Nicholson en “Alguien voló sobre el nido del kuko”. Ni Freud ni toda su psicología iban a impedir un derrame de locura agudo, ni servirían por tanto para un carajo. Oyéndolas, acabas “lelo” escuchando tanta sapiensa infusa y tanto cacareo. Para aguantar todo ese torrente dialéctico, no cabe otra: hay que sé limpiaora, y/o “ayundante de”. Becaria de mocho, vamos.