Aunque tu imagen pretendas moldear, por mucho que quieras aparentar, "la mona que se viste seda, mona se queda".
Y es que bajo la piel está lo que está y poco más se puede transmutar.
Hablando de sus parlamentos, aún recuerdo una anécdota acontecida en el Leruá Merlán, ese Bazar Bricolajero del bricomaníaco pendenciero, donde pude contemplar una escena representativa del “pauer”, del podé de las mocho y su lado más guerrero. Estaba por ahí deambulando cuando ví a una mochos montada encima de una escalera dando lustre a una balda superior de un frontal de góndola... ¿mande?, ¿eh eso lenguaje técnico?,¿eh?, ¿eh?...Otra vez, ahora en kristiano: estaba una limpiadora subida a una escalera de 5 peldaños o más, encarada a unas estanterías con productos en un pasillo de Ferretería y... ¿kapiche? Pues eso. Un millón de personas circulaban a sus pies. Era una de esas tardes de viernes, momento de encontrar y comprar con urgencia el tornillo, la tuerca o la escudra-cartagón necesarios para solucionar uno de esos problemillas caseros durante el fin de semana, bajo el marcaje exigente de la parienta, proclamada supervisora del tema. Este hecho explica el porqué la muchedumbre abarrota estos centros comerciales en tan señalado día de la semana, fenómeno que se repite hasta el infinito durante todo el año en todo el mundo capitalista. Como digo, la peña en plan marea humana, paseando bajo su sombra. Ella, "la mochos", encaramada en la escalera. Polvo va, polvo viene. Con eso que pasa por ahí una familia de estas “actuales”, donde la tutorización paterna dista de ser la conveniente en cuanto al control a ejercer sobre sus pupilos y la buena adecuación de sus comportamientos silvestres en relación a los derechos del prójimo y tal. Es decir, que dejan a su puta bola a los niñitos para que den por sako, dejando que todo lo soben, todo lo enreden, todo lo muevan y cómo no, todo lo chafen, y aquí ni dios "s'atreve" abrir la boca, ni nadie suelta “la galleta” que algunos se merecen. Léase, al careto de los capullos de los padres.
En fin, con esto que uno de los tres nenes de la familia “truculenta”, el más canijo, va y agarra un pie de la escalera y le mete un zarandeo vigoroso. La limpiadora, hasta ese instante centrada en quitar el polvo de los productos, e inspeccionar al personal desde las alturas, miró para abajo un pelín desequilibrada y le soltó al churumbel: - Oye tú!, nene! Con cuidadito que aquí se trabaja en altura! El nene, que seguía con la mano agarrando una de las patas de la escalera, miraba parriba con cara de cabroncete en potencia, porque lo era. Y con chulería del imberbe indomable. Imperturbale a las consignas paternas y a las pusilánimes frasecitas del tipo “Vamos, vamos, Borja, deja a la señora”. Con eso que al niño se le ve, se le ve venir, y se le ve venir de lejos. Lo va a hacer. Por sus webs. Con una amplia sonrisa que sus ojos entornados apuntan a que se trata de diablo vestido de niño, y no niño pareciendo diablo, va y zarandea de nuevo, con más potencia e intensidad. La “mochos” subida de color, erizada por el desafío del canijo, no puede contener encerrada su propia condición. Y entonces va y le sale la veta kañí y makarrilla que las del sector llevan mu adentro, y le saltándosele las órbitas de los ojos aulló: - ¡Karajo de niño!.. ¡Vuelve a meneá la escalera, y TE METO DOS YOYAS QUE TE DEJO SEKO! El nene emblanqueció y yo creí oir de fondo un marramiau gatuno, mientras el cabroncete salía a la estampida a meterse bajo las falditas de la mami, previsiblemente a un webo de distancia del lugar de los hechos. Controlando, vamos. Desde entonces, oficiosamente, a “las mocho” también se las conoce como “las yoyas”:
¡TE METO DOS YOYAS QUE TE DEJO SEKO!
Ñic.