En febrero la gente no se saca el frío de las orejas, pero como te topes con alguien que va finito por ande acaba la espalda, y dentro de un ascensor, ¡qué dios te coja confesado!
En la historieta de este mes, espeluznantes acontecimientos tiñen de terror nuestras pupilas.
No se pierdan "LA FEL: Féstida Expansiva y Letal"
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INDICE "MÁS ALLÁ de AQUÍ" |
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PESTILENCIAS MU HUMANAS |
La FÉTIDA EXPANSIVA - FEL 1 |
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La FÉTIDA EXPANSIVA - FEL 2 |
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La FÉTIDA EXPANSIVA - FEL 3 |
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EL CARRO |
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... AND SOON, MORE and MORE |
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Encumbrados en la loma de sabiduría funsionaril, uno puede analizar los acontecimientos macarrónicos, con total impunidad y ecuanimidad. El tiempo proporciona la distancia necesaria para dejar el sonrojo, y profundizar en la coña fina.
Como diría un japonés amigo mío "MUROKUBO KAMIKANBAI OMAMA-MACHI YAMADAGUN DE GUNMA TAMAYA KITAHARA FIREWORKS", que significa "CUORE FAI?", en italiano (¿?).
Bien dicho. Bien.
Laminado el camino de la introducción y/o preámbulo, entramos en materia.
En esta tesitura de verosimilitud e hinchado de saber, me dispongo a contaros una de las situaciones más macarrónicas en la que me ví envuelto una vez, en un tiempo A, en un lugar llamado B.
Por aquel entonces, estaba debutando en el ámbito laboral en una multinacional química, y mis perspectivas profesionales apuntaban no sólo alto, sino más allá. Por eso, y por lo que voy a contaros, acabé siendo funsionario. Es decir, bien alejado del mundanal ruido, del stress, de la empresa privada, de las productividades y de la pasta larga, claro.
Como empleado en prácticas, remunerado eso sí, por debajo del salario mínimo profesioná, me hallaba encuadrado en el departamento de Contabilidad como machaka de un fracasado mando intermedio, perdido en los escalafones de algún organigrama de esa empresa.
A sus órdenes aprendí rápidamente dos cosas: una, la cultura de la cafeína durante la jornada laboral, y dos, que si quería progresar, tenía que alejarme lo más posible de la estela de ese perdedor consagrado.
En cuanto a la primera consigna de oro, sigo practicándola cual devoto monje cafetero. En relación a la segunda, traté de aprovechar cualquier oportunidad para poner tierra de por medio entre mi jeta y la de mi “mentor contable”.
Así, un buen día, una llamada telefónica actuó de resorte activador de mis propósitos de cumplimiento de la segunda consigna.
La misión encomendada consistía en efectuar una diligencia burocrática, que obligaba a presentarme ante el Jefe de Personal.
El susodicho era un tipo semiescoñao, conocido como el ESQUILADOR.
No hay nada mejor para ganarse un apodo así que el haber aplicado a rajatabla en el pasado una traumática reconversión industrial y laboral entre la plantilla de tu empresa.
Al encontrarse el departamento de Personal situado en una planta inferior, me dispuse a coger el ascensor corporativo, tras soltar a mi superior un entrañable “arrivederchi, bambini”.
Yo estaba en la octava planta y me dirigía a la quinta.
Me paré frente al ascensor. Las puertas se abrieron, y ante mí aparecieron la figura del Director Gerente de la planta química, un lugarteniente suyo y una valquiria de veintidós añitos, de la que caí rendidamente enamorado desde que un día, al agacharse para recoger un clip del suelo, a una distancia mínima de mi ser, asomó entre el escote de su jersey, un par de tremendos, y bellísimos senos, coronados por unos turgentes y morenísimos pezones ávidos por ser magreados.
Esa imagen derrumbó definitivamente mis débiles defensas misóginas, de por sí, bajitas, bajitas. Ya era suyo. Su ferviente admirador.
Me deslicé al interior, con un saludo bucal acompañado de un movimiento de cabeza dirigido a los presentes. Ella me sonrió, entrecerrando sus preciosos ojitos azules. Los otros dos gruñeron un no sé qué. En un par de pasos, mi cuerpo acabó al fondo de la nave.
Tras unos instantes, la puerta empezó a cerrarse cuando alguien interpuso un pie de dos leguas de largo. Al poco, se reabría el ascensor y dos gigantescos y jóvenes directivos de nueva hornada se incorporaban a la fiesta, apretando a la dama hacia mi pecho.
Continuará
DALT |
INICI |
Ahí estaba yo, rodeado de dos "pesos pesados", dos "juniors" con un futuro ilimitado y una princesa, que para mayor información de la concurrencia, era secretaria.
La puerta nuevamente volvió a cerrarse, esta vez con el habitáculo lleno.
A tope, y bien apretujaditos, empecé a sentirme cebollón, cebollón, resultado lógico del cercano tacto de esa diosa de la belleza, así como de un embriagador perfume que desprendían todos y cada uno de los poros de su piel. Una sensación agradable, que venía a incrementarse si cabe, por el morbo de la presencia de otros extraños en la misma lata metálica en la que nos hallábamos acorralados. Vamos, que me estaba poniendo cachondo perdido.
Sin embargo, no habíamos aún despegado, cuando todas aquellas percepciones positivas, se trasmutaron en un plis-plas en alerta y preocupación.
Una llamada sorda a modo de retortijón abrupto desde los intestinos y el estómago, disparaban en mi cerebro todos mis sentidos.
"Oh, dios". Ahí estaba. El grito del SanCagalloncio Pestoso.
Un aullido intestinal, preludio del desastre, aparecía en escena sin entrada ni invitación. ¡Por todo el papo!
Siendo las 4 de la tarde, una comida copiosa de garbanzos con longaniza picante, sazonados por condimentos poderosos, eran digeridos por mis cavidades estomacales.
Ese recuerdo alimenticio, en conexión con las sensaciones corporales, no podían más que activar todas mis alarmas. Era consciente que en el seno de mi cuerpo se estaba fraguando uno de los pedos más monumentales de todos los tiempos.
La señal de peligro se encendía en mi cepeú marinero.
"Cueskazo a la vista, mi señor!!!.
Viene con viento fresco, bandera bucanera, por estribor y a 20 nudos de velocidad. Se divisa en su casco de proa, calavera con cara de culo, descojonándose de la risa"
Todo mi cuerpo se convertía por arte del apretón, en un buque de guerra.
Los músculos, huesos y tendones, enviaban a tomar por sako sus funciones y tareas básicas para concentrar todo su furor en la misión de salvar la nave del corsario pestoso y al resto de la flota (a los ascensoristas involuntarios) de un desastre humanitario sin precedentes.
"¡Replegad velas y adoquinar los cañones musculares a nivel anal !
¡¡¡Aquí no tiene que pasar ni una brisa de mierdaaaaa!!!".
Primeros síntomas de la reordenación funcional de todo el cuerpo: sudores fríos recorriendo la frente, vista seminublada (ojos achinados), enrojecimiento facial, encogimiento corporal, y temblequete en pata derecha.
El cuerpo ha desplazado todas sus energías hacia el orificio ande se juntan las nalgas.
El cuerpo entero se ha convertido en un tapón muscular.
¡Alerta roja! Las neuronas activas que mantienen las constantes vitales y el corazón en marcha son a lo sumo dos o tres. El resto de la masa encefálica está destinada a capitanear la contención fisiológica del desastre que se avecina.
El tiempo juega en contra. Revisión visual de la peña circundante. Parecen ajenos a la gasificación potencial: miradas perdidas al techo, incomodidad natural y… silencio sepulcral.
Sobretodo eso: silencio sepulcral.
No hay consciencia de desastre.
En el marcador electrónico del ascensor, el número de piso no se mueve. Nos situamos en terreno de nadie en plena transición entre la octava y séptima planta.
Detecto que nunca antes un ascensor se movió tan lento.
¡La hostia de retortijón!.... Otro. Yyyy,ich .... ¡otro!. Ig, ig. Mamaaaaaa .. !!!
¡Aguanta paquito, aguantaaaaaa!
Mi sofoco es máximo. El tesionamiento de mi masa muscular es extrema, y mi torso roza sin querer las pechugas de la ninfa. Me mira y la miro, mientras intento recomponer mi rostro encajonado en el dolor, y la sonrío.
Me sonríe. Aguanto lo que puedo esa sonrisa, y por fin deja de mirarme. Se me desencajan hasta los empastes. Crujimiento de rostro acompasado con otro apretón de mucho cuidado. Iiiigggg
El número siete aparece en pantalla, y yo me quiero fusionar con el mundo exterior, fundirme en la naturaleza. Escapar de aquella trampa mortal. El cuesko está en efervescencia, está emulsionando. Siento su calor rociando mis nalgas con temperaturas solares.
Todavía en la séptima planta, suelto sin querer un pequeño gruñidito de dolor. Nadie atina a girarse. Eso sí, la chabala se me refiega en el pantalón.
Semáforo en rojo.
"Oh dios. El cuescazo inicia la caida libre. Dirijan todas las unidades a sus puestos. ¡Zafarrancho de defensaaaa!".
“No pasará, no pasará”.
Sin embargo, y a pesar de los ingentes esfuerzos, el metano cual fuerza de asalto había logrado torpedear las trincheras defensivas y pasando desde el ventrículo estomacal izquierdo, hasta el derecho, se deslizaba a continuación por el tobogán de los intestinos grueso y delgado.
Cual desbocado vendaval, podía sentir como ganaba velocidad en la caída.
Estrujé mi rostro congestionado por el dolor, y un color mostaza resultado del que mucho apreta, pintó mis mejillas. La imagen lo dice todo: ojito completamente cerrado y los dientes rechinando del apretujón.
Y claro está, no parecía que nada ni nadie fuera a detenerlo … ni de coña!!!.
En modo alguno, iba a ser uno de esos kuesketes sonoros que se limitan a mucho ruido y pocas nueces. Lo sentía en mis entrañas. Se trataba de un auténtico peso pesado. Un proyectil de largo alcance. Una auténtica bomba de destrucción masiva. ¡El no va más! ¡El fétido totá!
Todo el cuerpo configurado como un único músculo corporal de resistencia numantina a la propulsión gaseosa intestinal. Un cuerpo. Un tapón vertebrado en torno al agujerito de evacuación.
Con un 99 % de la masa cerebral embarcada en esta titánica tarea, el resto de capacidad mental se limitaba al mantenimiento de las constantes vitales. A nada más.
El cuerpo se reprograma. Pero los músculos atentos hasta ese instante, se descomponen. Chirríoooo.
Estamos ya en la sexta planta, y un par de gotitas me recorren la frente. Son dos gotas frías. Heladas.
Cual piano colgante de un rascacielos, asido por una cuerda finita, finita, el zambombazo camina lento en busca de su particular bocanada de aire.
Mientras, el calor cueskal me calcinaba las entrañas.
Meidei, meidei. Son demasiados. No podemos más. Arrrr... !!!
La defensa numantina se viene abajo.
Del desastre es testigo todo mi cuerpo convertido en un tapódromo anal.
Nunca mejor dicho, se va todo a tomar pol culo, y el culete cede finalmente ante el irrefrenable impulso de las hordas de gases pestilentes.
“¡El ojete ha caido! Repito: ¡el ojete ha caido! El metano ha abierto un boquete, …. boquete !!!. Evacuación a la vistaaa !!!
No puedo más, no puedo más. Ig, ig. Ahí va, ahí vaaaaa.
Puffff, puuuu uffffffffffff. (reproducción sonora del cuesco)
¡La ecatombe!
Los últimos espasmos musculares de mi cuerpo serrano han atenuado hasta silenciar el cañardo.
Primer golpe parao. ¡Bien!
O eso, o en la evacuación gasística me quedé sordo.
La combustión termopestilente ha salido de Cabo Cañaveral a las 12 horas 12 minutos 15 segundos, en dirección al mundo exterior.
Misión: exterminio totá!
Hemos roto la baraja. Los puntos de sutura anal se han desprendido y la bomba anda suelta en un habitáculo de 3 x 3.
Visualizo el palomino impreganando el calzoncillo resultado de la explosión pedosa (¡cráter!), y cierro los ojos pidiendo a Dios un milagro.
Estoy rojo rampante, y sólo faltaría apellidarme “Ferrari”.
El seis aparece en el electrónico. ¡A una planta del objetivo!
Cual monstruo aterrador, sin rostro ni forma reconocible, el gas cae por efecto de la gravedad hasta la zona cero del piso del ascensor. El mayor pedo de todos los tiempos actúa de usurpador del espacio y debido a su mayor peso que el etéreo aire, este último sube cual viento en popa a toda vela a las capas superiores.
Alguno de los ocupantes se miran entre sí extrañados al sentir una corriente oxigenante recorriendo su cogote.
Efectivamente. El pedo ha achicado espacios para aposentarse en esos instantes en las zonas inferiores del ascensor, buscando un aterrizaje … suave. O eso creo yo.
La tensión es máxima. Sólo rezo para llegar a la quinta planta y saltar del barco cueste lo que cueste. Ya no hay solución. No hay remedio.
Soy consciente que la carga de profundidad se haya en estos momentos inundando las cavidades inferiores del habitáculo. Ocupando cada rincón. Cada centímetro cuadrado. Aniquilando todo microorganismo circundante, cual napal desfermado. Las bajas serán incuantificables.
Nadie ha oído nada. Nadie huele a nada.
Aún hay tiempo para la autosalvación personal.
La cagada social ya es inevitable. Ahora sólo cabe pensar en salvar la jeta.
El marcador electrónico marca …¡¡¡el cinco!!!.
Siiiiii !!!
El ascensor hace ademán de parada.
Apalancamiento final. ¡Hemos llegado!.
El gas empieza a licuarse y el calorcillo de la explosión de salida, le invita a subir a la estratosfera de las fosas nasales de los ahí concentrados.
Un clic y chirriar de apertura de puerta.
Un escalofrío de supersticioso me recorre el espinazo antes de abandonar el Titanic ascensoril. "Planta quinta y se quedan cinco dentro". Ig, ¡qué pena!.
La puerta se abre de par en par.
“¡Demasiado lento, demasiado lento!”
No puedo más y exabrupto a to cristo:
“Pasooo, pasooo”
Cual aguas del Nilo, se abre una senda hacia el exterior.
Primer paso hacia la salida. Una última mirada a la valquiria de mis sueños. Correspondido en la mirada, siento un mínimo remordimiento por no agarrarla por la cintura y llevármela conmigo a tierra. A salvo.
Pero ya es demasiado tarde. Sólo hay un ticket pa fuera, y ese boleto salvador lo tengo choooo.
Un segundo paso pa lante, despegando la mirada de la bella faz de la secretaria.
Aún tengo tiempo de verle torcer el gesto de su rostro al sentir la avanzadilla del kurraskazo en ascensión, llegando a la comisura de su napia. No hay tiempo para excusas, ni perdones.
El Director General se trasmuta en Golum, pero con careto de restreñío, el muy jodío. El resto de rostros de la tripulación, inician su personalísima transfiguración facial.
Primeros gestos entre sorprendidos e indignados, de sospecha mutua, y finalmente ... de terror.
No hay tiempo para más.
Salí esquivando a los presentes, atravesé el portal del ascensor y tras dos pasos en el exterior, me detuve.
Giré sobre mis propios tobillos, y fue entonces que de refilón, mientras se cerraban las puertas, pude ver el pánico reflejado en los rostros demacrados de aquellos corderillos degollados.
Cual sepulcro a punto de partir al más allá, ví sellarse las compuertas.
El choque de cierre metálico del ascensor, sonó a repicar de difuntos.
Eso y el ruidoso mecanismo de las poleas, informó a mi subconsciente que el quinteto de la "muelte", partía hacia el Averno olfativo, encapsulados en un sarcófago móvil de podredumbre y hedor insoportable. Pura eutanasia activa
El resultado estaba claro: Cinco seres aspiraban el último aliento a la vida, emparedados en un sepulcro aséptico y sin oxígeno, ensartados en un movimiento descendente hacia los infiernos de la pestilencia.
"Bon vuayás", pensé.
Y efectivamente para mí fue eso:
"Bon vuayás currito", "bon vuayás polvazo",... "bon vuayás a tó".
Ñic, Ñic