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... Y MUY PRONTO, |
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LOS DEPARTAMENTOS: CEMENTARIOS-BASUREROS MUY VIVOS
Es una realidad inapelable:
Los departamentos de la Administración Pública disponen de amplias “zonas muertas”.
Se organizan en rincones, huecos o espacios de paso, por los que poco a poco van dejándose caer todo tipo de utensilios, así como cosas, cosillas y chorradas indescriptibles. Prioritariamente, van siendo ocupadas por todo tipo de fiambres tecnológicos.
Por tanto los departamentos van convirtiéndose progresivamente en Depósitos de Desguace Incontrolados (DDI), donde se aturrullan todo tipo de aparatos del pasado. Repasemos:
1. CALCULADORAS, con o sin ROLLO de IMPRESIÓN. A porrillos y por todas las mesas. Son testimonios mudos de tiempos analógicos no tan lejanos. Los modelos presenten en la Administración, son de los que al pulsar las teclas numéricas hacen ese ruido infernal característico de “riqui-riqui-rí”, “riqui-riqui-rí”. Su uso ha venido a decrecer hasta alcanzar la total marginalidad con la llegada de los todopoderosos PCs y portátiles. Sin embargo, cabe apuntar que las Calculadoras de rollo, aún siguen vivas en manos de vejestorietes funsionariles, o de jóvenes funcionarios que “perdieron el tren de la modernidad, o desaprovecharon los cursetes de ofimática de la FP”. Aferrados a la nostalgia.
2. MÁQUINAS DE ESCRIBIR OLIVETTI – Estas máquinas, omnipresentes en todo espacio administrativo, en la pública y en la privada, acabaron en pocos años en la más marginal de las marginalidades.
La pregunta retumba a pedorreta: ¿Cómo pudo ocurrir? ¿qué les pasó a estos spaguettis-olivettis, que en su momento, fueron los reyes del mambo oficinesco? ¿qué pasó para acabar cuasi en las Catacumbas de Roma, desaparecidos en combate? Billy “El Puertas”, aún se troncha.
La Administración, ha pasado a convertirse en un reducto para los nostálgicos del Régimen Olivettiano, donde loar sus estatuas del pasado, sigue siendo un rito ancestral. Allí, aún se usan. Las visitas guiadas a nuestros departamentos de la función pública son la única oportunidad para verlas en acción. Tiqui, tiqui, tí.
¿Qué te pasó bambino?¿qué te pasó Olivetti?¿qué?¿¡¡¡¡quéeeeee!!!!!!?
3. CALEFACTORES INDIVIDUALES – eran unas estufas eléctricas de formato reducido. Individual. Presentaban unas resistencias “a tiras” que se ponían, una vez enchufadas y pasados algunos minutos, de color naranja fosforito. Abrasando. Generaban un calor directo insufrible pero efectivo contra el frío invernal. Ahora bien, el beneficio de su uso se reducía unívocamente al sujeto al que se encaraba. El resto, se me abrigan y a kaskarla. ¡Al hoyo!
4. CALEFACTORES BUTANITO – Palabras mayores. Hablamos de un sistema de calefacción a gran escala, para incrementar la temperatura de todo un departamento. Eran las calefacciones que funcionaba con bombonas “naranjito”. De butano, de pol lo menos 11 kg. A peso.
Se caracterizaban por atufar el ambiente con sus “escapes de gas”. Su efecto calorífico, iba desde una sensación “infielno”, a su vera, hasta una sensación de orfandad calorífica a medida que te alejabas de ellos, e incrementada en función de hacia donde estaban enfocados. Las broncas en relación “a su enfoque”, estaban al orden del día. Los más quejosos resultaban ser los “moquineitors” del departamento: auténticas máquinas humanas y burocráticas abocadas al sempiterno resfriado, al “moc-moc”, y que exigían por sistema que el Butaneitor estuviese encarado hacia ellos. Menudos pollos montaban entre los funsis para decidir la cuestión. ¡La virgen!
5. VENTILADORES – Idem que lo que les ocurrió a los calefactores individuales, tenemos los desusados e inutilizados ventiladores. Aspas y rejilla de metal protegiendo el invento.
Fueron aparcados por la agresiva expansión de los sistemas PLURIPERSONALES de AIRE ACONDICIONADO. Su implantación fue su sentencia.
¿Se tiraron o reciclaron? No. Pal suelo, que aquí no se tira na.
A los actuales climatizadores los amamos cuando nos secan la sudor y nos refrescan en verano; nos cagamos en su inventor a la mínima que nos congelan, cuando fallan un pelín, o cuando el SOPORTE TÉCNICO de las pelotas, no llega a los cinco minutitos de que el maldito trasto la espicha en plena temporada de Agosto.
Muertos de calor, las malas pulgas burocráticas se mueven más rápidas por los sudoros cuerpos funsionariles, faltos de entrenamiento como para poder resistir las envestidas de Atón, dios solar.
De ahí que el padecimiento del calor veraniego, a opinión de todos, se trata de una rémora de un pasado pre-democrático y anticonstitucional, que nadie añora. Al igual que a los ventiladores, que tampoco se les echa en falta...
(continua)
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6. IMPRESORAS DE “AGUJA”– ¡Eran INSUFRIBLES! Con su implantación masiva en las oficinas públicas, “aparicieron” los primeros psicokiller burocráticos. Por la puerta grande. De forma masiva. Menos mal que con el tiempo fueron sustituidas sucesivamente por las impresoras de chorro de tinta y las láser. Me imagino que para frenar la sangría de personal.
Las agujitas no eran tales. Su sonoridad, era equivalente a treinta Jaimitos arañando con mala folla la superficie de una pizzara de colegio. En cuanto alguien tenía que imprimir un listado, el absentismo burocrático se disparaba por la zona. Grandes lotes de administrativos acabaron majaras y/o “kileados” por otros zumbados nacidos al albor de su ñiki-ñiki interminable. Porque es que encima, era lentas de cojones.
La psicopalogía “zumboide-burocrática” desconocida hasta entonces, se convertiría bajo el reinado de las Impresoras de Aguja, en enfermedad laboral.
7. MESAS SOPORTE de las megafósiles impresoras de aguja. Nunca se tiran. Siempre resultan ser mesas metálicas, con dos patas enormes que van de lado a lado y que caen al suelo como si fuesen dos muros de las lamentaciones. Por duplicado. Suelen incorporar ruedas en su base, porque así desplazaban mejor al mastruenco que cargaban a sus espaldas: las enormes y chirriantes impresoras de aguja.
En la actualidad, en vez de tirarlas por la ventana, suelen reutilizarse como carretones para depositar expedientes traspapelados, blocs de papel UNI (no queremos hacer publicidá), y los papelotes inútiles que salen erróneos de la fotocopiadora. En la Administración, no se tira ná.
8. SILLAS despedazadas, repeladas, roídas, rotas o simplemente cojas de una pata, porque les falta alguna de las ruedecitas. A montones.
¿Repararlas? Sí, sí. Llama a mantenimiento a ver qué te dicen. Son útiles para acoger los panderos de los becarios. Antes de que se sienten en los fríos suelos oficinescos, buenas son.
9. CALENDARIOS, POSTERs y CARTELES TOTALMENTE DESFASADOS – De los 70 u 80. Incluso más recientes. Descoloridos, gastados, amarillentos, y descolgados de una puntita. El celo no aguanta el paso del tiempo. En el caso de los calendarios, suelen estar totalmente rayados con anotaciones ilegibles, y con circulitos señalando los días de fiesta, festivos u ociosos de aquel año. La mayoría de días, vamos.
Los carteles clásicos entre los clásicos, son los que contienen la imagen y alineación de un equipo campeón de liga de fútbol. Como el del último campeonato del Atléti de Bilbao o del Sanse, cuando eran patrocinados por la Mirinda. ¡To Chorrás!
10. TECLADOS OLVIDADOS – Mostruos que ocupaban un metro cuadrado de mesa por lo bajo. Ahí tenías hasta para poner el cubata, el bocatta y la tetera. ¡Eran Inmensos!
¿Por qué no se tiran? Por si acaso, por si acaso,...
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Y el remate basuril, viene de camino...
11.MACETAS sin PLANTAS ni FLORES. Algún día, nadie se acuerda de cuándo, ahí habían vegetales. Vivos. En la maceta. La palmaron y ya nadie se preocupó ni de retirar el tiesto, ni reponerlo, ni regarlo. Y ahí sigue. A ver si llega algún novatillo con savia nueva y recrea un microclima fotosintético con hojas y flores... La esperanza es lo último que se pierde.
12. CARTELES EXTRAÑOS - Son como fantasmas del pasado. Avisando sobre algún acontecimiento o cosa: por ejemplo, los que anuncian el número premiado de la lotería de Navidad del año 1965, una convocatoria de reunión o Asamblea de un sindicato ya desaparecido, o el anuncio de una exhibición castellera o de sardanas por el 120 aniversario de alguna derrota.
Nadie conoce quien los colgó, pero todos saben que “eso, ni tocarlo”. ¿Lógico no?
13. LA PAPELERA ROTA - Ya no se usa, está reventada, pero siempre hay alguien que piensa que no se puede tirar. Que algún día, si encuentra una red, podrá reutilizarse a modo de cesta de basket colgándola de la pared. Para hacer deporte. Físico. Sentado, pero físico. Porque mental, a nivel mental, na, de na. Un buen burócrata, lo de mentá, ¡Cero patatero!
14. CARPETAS y EXPEDIENTES OLVIDADOS de los sesenta y setenta. Llenas de polvo, por supuesto, y que alguien olvidó de enviar al almacén de ARCHIVO CENTRAL. Pa enterrarlos definitivamente. Paperasa inútil. Se acumulan en el suelo, creando estructuras de papel de inverosímiles formas y alturas, llenas de polución. Constituyen el alimento básico de las termititas y otros bichejos burocráticos. Que no se diga que no somos solidarios con el medio ambiente.
15. LÁMPARAS DE MESA – Algunas destrozadas por caídas inesperadas. La famosa patosidad funsionaril. A casi todas, en realidad, se les FUNDIÓ la BOMBILLA, y ya nunca más se supo, porque una inmensa mayoría de burócratas, en su magno conocimiento de la vida misma, creen que una vez “muerta” la bombilla, la lámpara es irrecuperable. Finito. Kaput.
El tiempo de deshaucio de una lámpara fundida, dura lo que dura la creencia generalizada. Es decir, queda asociada a la llegada de un becario. Este solicita usarla, y la gente pone cara de gilipollas, suelta que “no hay nada que hacer” y va, y el chavalín, con ese desparpajo del que llega sin complejos, acaba trayendo de su casa una bombeta de respuesto, y ¡bualá! ¡Funciona!
Ahí se suele producir punto de inflexión respecto al becario listillo. De ahí a un posible akelarre-fogata del niñato, hay un paso. Porque la gente es mu, pero que mu mala, y mu mal pensada:”Este crío es brujo, de los de magia negra.¡Mírale los ojos!” y tal…. Total: ¡Sentenciau!
16. MADERAS, tapas de la electra, cubre-cables. Son residuos de reparaciones añejas, que fueron útiles y ya no son. Pero ahí están. Pa siempre jamás. Testigos sordos, mudos y ciegos del paso del tiempo burocrático.
17. Y, en fin, otros cientos de chorradas más, se diseminadas por todas partes: cables, tubos, enchufes, tapitas, falsos techos caidos, baldosas rotas, rodapiés, marcos rotos de ventanas, grapadoras rotas, telefonos inutilizados, y sobre todo, basura, basura y más basura.... ¡la mierda burocrática nos rodea, amigos!
¡VIVA EL CEMENTERIO FUNSIONARIL!
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